A diferencia de la quinta edición que está publicada en la web, en la tercera edición del explícito libro El año de la barbarie Perú 1932 en el cual el periodista Guillermo Thorndike narra los horrores del fascismo del presidente Luis M. Sánchez Cerro, incluye una entrevista hecha por el periodista Alonso Tealdo al abogado Luis Alberto Flores Medina, a quien muchos califican como el primer fascista del Perú y fungió de ministro de Gobierno de Sánchez Cerro -lo que ahora sería el Ministerio del Interior-, cobrando protagonismo en el libro por ser quien desató la persecución de los apristas a principios de 1932.
La entrevista no precisa la fecha, pero sabiendo que Canal 5 entró en operaciones en 1959, que Flores falleció en 1969 justo cuando salió la primera edición del libro, la entrevista tuvo que darse en ese último año de la década de los 60. Tealdo cual inquisidor pregunta a Flores, entre otras cosas, por las acusaciones de fraude en las elecciones que dieron la victoria a Sánchez Cerro contra Haya de la Torre, tras conocerse el aumento repentino de los votos a favor de Sánchez Cerro contra los otros tres candidatos -particularmente Haya- y que las ánforas legítimas fueron escondidas tras una falsa pared de la Bomba Roma n.° 1 de la Plaza de la Inquisición (el actual Congreso). Las respuestas fueron una cerrada defensa al régimen.
Thorndike había hecho eco de la denuncia de fraude en las elecciones de 1931 que formularon los apristas con cifras reveladoras llegando a tocas las puertas del Jurado Nacional de Elecciones con nulidades en la mano. Los reclamos fueron infructíferos: la autoridad electoral rechazo varios pedidos legales del partido de la estrella roja. El autor sentencia: «El proceso siguió en discusión en el Jurado Nacional, que anuló las elecciones en Cajamarca, favorables al APRA y que proclamó Presidente Constitucional de la República a Sánchez Cerro … El fraude estaba consumado».
Las elecciones solo fueron las circunstancias precedentes de la época de horror que le tocó vivir a gran parte del Perú a manos de Sánchez Cerro y su hueste contra los apristas y que el periodista busca hacer justicia denominando al cúmulo de actos dictatoriales y sanguinarios perpetrados por el régimen como el “año de la barbarie”.
Al finalizar la obra llega calificar a Unión Revolucionaria y su líder como fascistas: «El 30 DE ABRIL DE 1933, el facismo peruano se quedó sin caudillo. Aunque la Unión Revolucionaria y él grupo íntimo de Sánchez Cerro tenían el control casi absoluto del gobierno, no hubo, sin embargo, un hombre que pudiera calzarse las botas de la dictadura y seguir gobernando.»
La toma del cuartel O’Donovan -al que planearon como la revolución de Trujillo- se retrasó por culpa del Manuel Barreto “Búfalo” porque se encontró con otro aprista apodado “Niño Lindo” y aquel partidario con curioso apodo le había quitado a la mujer. Búfalo Barreto le disparo dos veces -no llegó a matarlo- y poco después tuvo que refugiarse para no ser atrapado por la Policía.
La peor parte se la llevó un sanchecerrista de nombre Pedro Alva dueño de una picantería (restaurante), su mujer, sus hijas y su hijo menor de edad -en ese tiempo la mayoría se alcanzaba a los 21- llegó una patrulla del gobierno a su morada a acusarlos de haber disparado desde el techo, pese a que les respondió que toda la familia era sanchecerrista, mataron al señor y a su hijo. Amén de varios inocentes, entre apristas y no apristas, que pasaron a mejor vida por culpa de la guerra civil.
En la otra orilla, considera que la matanza de la cárcel perpetrada por los apristas despertó en el Ejército peruano un profundo rencor hacia el APRA y que “[…] no se cometieron atrocidades con los cadáveres de los oficiales, ni se les cortó los testículos o se extrajo el corazón de ningún oficial para pasearlo en una pica […]”
Aunque Thorndike tampoco concentra toda la apología del lado del Apra, para él los apristas que sobrevivieron al “Año de la barbarie” fueron terroristas posteriores: «Aquellos que sobrevivieron fueron más tarde los hombres de la clandestinidad, los futuros terroristas más tarde los hombres de la clandestinidad, los futuros terroristas que iban a combatir con las policías de Benavides y de Prado.» La entrevista a Flores -suprimida en ediciones posteriores- también compensa en parte lo narrado.
(Nota: Estimado amigo lector, la sinopsis de la nota culmina aquí. Lo que sigue es la transcripción parcial del documento principal que sustenta esta publicación y que es propiamente la fuente periodística. No es indispensable su lectura, sino que se añade para facilitar la búsqueda por palabras y para fines académicos y/o periodísticos)
Documento completo de la tercera edición del libro El año de la barbarie 1932 de Guillermo THORNDIKE publicada en 1973 por Mosca Azul Editores. En la página 285 del archivo PDF del periodista Alfonso TEALDO SIMI con Luis Alberto FLORES MEDINA a quien un sector considera el primer fascista del Perú. Trescientas seis páginas
[NALL] THORNDIKE, Guillermo (1973). El año de la barbarie Perú 1932. Lima: Mosca Azul Editores; 3ᵃ ed. 306p from NO APAGUEN LA LUZ
Transcripción de las partes importantes:
Bombas y lucha
EN LA PÉRFIDA LIMA, confortable e indolente, el ruido de los sables y la fantasía de los regimientos adquirió la alegría de una parada militar. Llegaban dos batallones del Sur, el Gobierno movilizaba más y más tropas, los niños jugaban con sus espadas de madera a la revolución de los apristas. La atención del público fue atraída por los intrépidos pilotos de los “Corsarios” que volaban a bombardear Trujillo y las más terribles historias circularon por la Capital del país, llenando de pavor a los corazones de los conservadores. Aquello era el comienzo de la guerra civil, la invasión de las hordas rojas, el fin de los conciertos de gala, las dispepsias, los adulterios, los viajes en trasatlántico, los tedeum, los ataques de gota, los partidos de tenis, de todo cuanto era honorable y la Nación debía conservar. Incomunicado en prisión, Haya de la Torre ignoraba los sucesos de Trujillo, hasta que el inspector de la Penitenciaría, irónicamente hermano del jefe de las tropas enviadas a sofocar la rebelión, le comunicó que el Norte estaba en llamas. De otro lado, Sánchez Cerro no ocultaba su cólera por la derrota sufrida en La Floresta. Los comunicados oficiales eran escuetos, pero las informaciones periodísticas alentaban generosamente los espeluznantes relatos que circulaban en Lima, historias de sangrantes cabezas clavadas en las picas revolucionarias, macabros bailes luego de la masacre de la cárcel, violaciones, y saqueos, y asesinatos, y hasta rituales dirigidos por esos malditos brujos que había en el Norte. Los limeños, como es su costumbre, iniciaron colectas y esto dio lugar a que se hiciera pública una lista de importantes donaciones, lo que además granjeaba el favor del Gobierno. Más apristas cayeron presos en la Capital y fueron duramente maltratados por los soplones. Las multitudes se apiñaron en el puerto para ver partir a los expedicionarios, se llamó del Cuzco el director de Gobierno, comandante Ricardo Guzmán Marquina, y se le envió a Trujillo; se censuró a los diarios y se oficiaron misas solemnes tan pronto llegaron noticias de lo sucedido en la cárcel.
[…]
También en Trujillo la ofensiva de los aviones fue intensa. Tratando de darle a la antigua Prefectura, que creían ocupada por los apristas pero que en realidad estaba vacía desde el viernes, los pilotos hicieron blanco en la casa Urquiaga, otra vez en el hospital Belén y en la casa de la familia Valencia.
Otras bombas cayeron cerca del rancho de Zanelli, pero ni este ni su cuñado se atrevieron a salir., Aguardaban únicamente a que las tropas entraran para ponerse a órdenes del Gobierno. Zanelli era uno de los secretarios de la Unión Revolucionaria. Todo lo que su audacia le permitió fue atisbar por una ventana los aviones que se tiraban en picada ametrallando el cuartel y soltando las bombas que estremecían su vivienda.
-Sería bueno izar una bandera blanca- había dicho su cuñado. Pero Zanelli se opuso. En ese momento, repuso, lo mejor era no llamar la atención.
[…]
Manuel Leytón y los veinte hombres que quedaban de su deshecho grupo recibieron aviso de que el Estado Mayor de Ruiz Bravo había hecho un alto en el camino a Huanchaco. Tenían un cañón y no sabían que hacer con él: ya solo les quedaba un par de proyectiles. Leytón calculó la distancia que lo separaba de los oficiales. Maniobró su cañón, apuntó e hizo fuego. El proyectil estalló en el mismo campamento que había levantado el Ejército. El coronel Ruiz Bravo estaba en su automóvil, en uno de cuyos estribos se había sentado el comandante Matto. La explosión hirió gravemente al capitán Elodoro Andrade, pero los otros oficiales, incluyendo el capitán Valdivia, el capitán Orejuela y dos alféreces de la Guardia Civil, resultaron ilesos.
[…]
La captura de Trujillo
LAS BOMBAS volvieron a caer sobre Trujillo a las cinco y media de la mañana del lunes 11 de julio, solo que ahora el fuego de la artillería se concentraba en el maltrecho cuartel O’Donovan. Cuando los aviones, que debían volar por espacio de casi cuarenta minutos desde Chimbote, aparecieron a las siete de la mañana, ignoraron a los francotiradores de los campanarios y se dirigieron, rasantes y coléricos, hacia el cuartel que ametrallaron por sus cuatro costados. A las ocho en punto, una compañía del 7° de Infantería se lanzó al asalto con las bayonetas caladas. Los soldados irrumpieron por la puerta trasera y también por la cancha de tenis, siguiendo la misma ruta empleada por Alfredo Tello. Pero el O’Donovan estaba desierto. Acallado el griterío de los enardecidos soldados, el mayor Santiago Benvenutto entró al cuartel. Se hizo un silencio completo. El oficial paseó lentamente entre las cuadras abiertas, sorteó los pozos abiertos por las bombas, dio un puntapié a uno de los monigotes puestos allí para engañarlo y salió a la cancha de tenis. Soplaba el viento y batía las ventanas y las puertas rotas, agitaba los árboles, daba vida a los sembríos. Los apristas podían estar emboscados en cualquier parte. Benvenutto se volvió hacia sus oficiales: debían avanzar. Había prometido estar en el centro de Trujillo al mediodía.
Zanelli se había cubierto la cabeza con un almohadón tan pronto empezó el cañoneo al amanecer. Tenía ya los nervios deshechos. El día anterior una bomba había arruinado su sembrío de piñas y estuvo a punto de pulverizar su rancho, y ahora hubiese dado cualquier cosa para estar refugiado en Trujillo. Pero si antes no se había atrevido a salir de allí, porque era un conocido sanchecerrista y temía a los apristas, menos lo haría ahora que estaba atrapado en medio del combate. Cuando cesó el estruendo de los cañones y se alejaron los aeroplanos, Zanelli miró por las ventanas, vio que los soldados entraban en el cuartel y suspiró aliviado.
[…]
Los fusilamientos
LA PESADILLA comenzó con el registro de casas. A humildes viviendas de Mansiche, a importantes residencias con capilla propia, a todas partes llegaron las patrullas, derribando puertas si era necesario, para recoger su cosecha humana. La resistencia que ofrecían los apristas en una parte de la ciudad empeoraba las cosas. Las víctimas de la masacre fueron brevemente expuestas en la morgue del hospital; era demasiado tarde para embalsamarlas; las inyecciones de formol poco pudieron mejorar su aspecto pavoroso. Empezaron las delaciones, los informes exagerados, las acusaciones. El APRA atrapado a mitad de camino en una revolución para que la no se había preparado, sería ahora duramente castigado.
La eficiente dictadura de Luis M. Sánchez Cerro había casi desarticulado el partido entre diciembre de 1931 y mayo de 1932, encarcelando a su jefe y deportando a sus dirigentes. la revolución trajo consigo a sus propios líderes, diez y quince años menores QUE LOS OTROS, LOS QUE HABÍAN SIDO DESATERRADOS. Eran los lideres que disparaban cañones y usaban dinamita, los que nunca habían ocupado un escaño en el Congreso y que en su mayoría fueron fusilados. Aquellos que sobrevivieron fueron más tarde los hombres de la clandestinidad, los futuros terroristas más tarde los hombres de la clandestinidad, los futuros terroristas que iban a combatir con las policías de Benavides y de Prado.
La dictadura, lo establecido, lo tradicional, las cien familias poderosas, los intereses que preferían el estado colonial a un país industrializado, se defendieron con el Terror. El paredón funcionó infatigablemente, de día y de noche; se juzgó, se delató, se mató a culpables e inocentes, se ejecutó a apristas y a los que no lo eran. Y cuando el horror colmó todas las medidas y los intereses, las cien familias y los mismos militares protestaron por el vértigo de muerte al que se había entregado Sánchez Cerro, entonces la matanza se hizo clandestina. La resistencia del estado tradicional de cosas había sido, desde la aparición del APRA, inteligentemente dirigida. Se había tenido buen éxito en presentarla como una secta, mezcla de ritual religioso y conspiración internacional, tugs de la política, comunistas en sus ideas, nazis en sus métodos brutales, sus fanfarrias, sus banderas, su Cóndor de Chavín.
La opinión pública no identificada con el APRA permaneció insensible ante la matanza de Mansiche y Chan Chan y sí se estremeció frente a la masacre de los oficiales. Seiscientos fusilados pasaron inadvertidos, pero cincuenta y una víctimas justificaron las hitlerianas represalias del gobierno. Por último, había que protegerse. El argumento definitivo parecía ser: ellos o nosotros. El Perú o el APRA. Y la dictadura más sanguinaria que ha tenido el país se cuidó bien de que nunca se supiera cuáles fueron las proporciones de los fusilamientos. El gobierno admitió sólo la ejecución de 44 personas. De ellos 27 ya habían muerto. Pero se fusiló realmente a 44 condenados en la sombría madrugada del 27 de julio de 1932. Esto significa que 27 desconocidos fueron ejecutados y enterrados en lugar de los que ya habían sido pasado por las armas sin oportunidad de un juicio. Los periódicos colaboraron servilmente al ocultar estas atrocidades. El año de la barbarie es una época nauseabunda en la Historia del Perú. Para todos. Para los carniceros de la cárcel. Para aquellos jefes del Ejército y de la Guardia Civil que ensuciaron sus manos en la matanza. Para los jueces.
La matanza comenzó el mismo día que entraron las tropas. Desde su Corte Marcial en el antiguo prostíbulo, el comandante Matto envió a morir en la trinchera de Mansiche a todos los que fueron identificados como apristas. El martes 12 de julio llegó un mayor desde Lima. El viaje tuvo como pretexto el envío de 10 mil cajetillas de cigarrillos para la tropa. Este oficial, en realidad, traía las instrucciones personales de Sánchez Cerro. Ese mismo día, el mayor quiso sacar del hospital a 18 heridos apristas. Los médicos se negaron rotundamente. Sabían que se quería fusilar a esos heridos.
PÁGINA 285 DEL ARCHIVOPDF:
Entrevista al Dr. Luis A. Flores por el Sr. Alfonso Tealdo en el Canal 5
ALFONSO TEALDO: A las 6.15 de la tarde, sostuvimos nuestra primera entrevista con el Sr. Guillermo Thorndike, autor del libro “El Año de la Barbarie: Perú, 1932”. Ahora nuestra entrevista con el Dr. Luis A. Flores, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Gobierno de Sánchez Cerro y Jefe del Partido Unión Revolucionaria. La amplitud del tema, Dr. Flores, nos impidió concluir la entrevista con el Sr. Thorndike entonces yo le extendí mi invitación para continuar el próximo sábado […]










